Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1439
Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 18 de enero de 1892
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 113, 3288-3290
Tema: Crisis ministerial del Gobierno

El Sr. SAGASTA: Los términos corteses, la moderación, que tan bien sienta en el puesto que ocupa el Sr. Cánovas del Castillo, y que constituye en él un deber, que tan correctamente ha cumplido esta tarde, me obligan a mí para con S. S., hasta el punto de que empiezo por convenir con el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, no sólo sin violencia, sino con mucho gusto, en que el discurso que tuve la honra de pronunciar ante el Congreso al tomar parte en la interpelación que todavía nos ocupa, estuve por lo general severo, y en algunos puntos hasta duro; pero también le debo una franqueza al Señor Presidente del Consejo de Ministros, en pago de su moderación y de su cortesía, y es, que si en el discurso estuve, en lo general severo, y en algunos puntos duro, lo hice con toda intención, lo hice de propósito; porque, Sres. Diputados, el giro que los asuntos políticos van tomando de cierto tiempo a esta parte, la frecuencia y la facilidad con que hombres, al parecer formales, faltan a la opinión que de ellos se tiene, y faltan lo mismo respecto de las cosas que respecto de las personas; la indiferencia, peligrosa en mi entender, con que me presencia la opinión pública estos cambios y transformaciones; el convencionalismo, y en algunos casos hasta pudiera decir la hipocresía, con que todo se trata de disfrazar y la falta de sinceridad con que se procura explicar y presentar todo, ¡ah, señores! a mí me dan miedo, me inspiran el temor de la desconfianza vaya invadiendo todos los corazones, de que el escepticismo se apodere de esta sociedad y de que la política de este pueblo, desgraciado, sí, pero noble y generoso, se convierta en política de bajo imperio.

Se ha visto en mis palabras un ataque a las personas; pero en este concepto, ¿qué me importan a mí las personas? En este punto, yo soy muy razonable, y mi objeto no era otro sino protestar contra estos alarmantes síntomas; y si al dar esta voz de alarma, si al protestar con la energía que es necesario para atajar esta peligrosa corriente, puede sentirse molestada alguna personalidad, lo siento; que mi ánimo no era molestar a nadie, sino cumplir mejor el noble propósito que me anima. Yo no soy, ni por temperamento, ni por carácter, ni por educación, de los que tienen por gusto en mortificar a nadie; pero en cambio, tampoco soy de los que por no mortificar a nadie, dejan de hacer aquello que su conciencia les dicta o el patriotismo les impone.

Era pues, mi discurso un llamamiento a la condenación general de todo germen de indisciplina, de toda labor de disidencia que pueda amenguar la unidad y la robusta organización de los grandes partidos, porque en la unidad y en la robusta organización de los partidos monárquicos, veo yo los grandes apoyos de las altas instituciones y de los más caros intereses de la Patria.

No era pues, mi intención herir a nadie, sino evitar un mal; pero si a pesar mío alguna persona se ha creído molestada, que culpe, no a mis palabras, sino a las circunstancias que me las han dictado y a los móviles que las han impuesto.

No era mi objeto, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, averiguar si la última crisis ministerial había dejado algún germen de disidencia que pudiera haber surgido por la crisis última en la mayoría. (Rumores.)

¿Esto os extraña? Sin duda os extraña, porque no son esos los precedentes que nos habéis dado. Yo he tenido siempre en este punto una gran constancia y hasta una verdadera manía. Los conservadores fomentaron y ayudaron las disidencias que asomaron en nuestro partido; nosotros, en desquite, pudimos fomentar la disidencia que asomó en el vuestro; pero en lugar de alentar a una fracción disidente tan importante como la del Sr. Romero Robledo, no lo hicimos y no la alentamos por miramientos hacia más altos y superiores intereses. Ahora, siguiendo vuestros procedimientos, podíamos haber atizado un poco el fuego del disentimiento; porque, ¿quién duda que ha habido descontentos a consecuencia de la última crisis ministerial? Pero en vez de atizar este fuego y de fomentar ciertas tendencias de disgusto, cosa que se hace muy fácilmente, como lo hacíais vosotros, atacando a los Ministros y halagando a aquellos que podían presentarse como candidatos a la disidencia, nosotros hemos atacado a los Ministros porque hemos creído de nuestro deber hacerlo, porque hemos creído y creemos que no están en los puestos que corresponden a sus aptitudes, y porque creemos que, dadas las aptitudes que tienen, y que no les niego, podrían estar mejor en otros puestos y estar mejor representadas en el Ministerio otras tendencias de la mayoría; pero antes de atacar a los Ministros, hemos atacado más principalmente a aquellos que pueden presentarse al principio como protectores fuera del Ministerio, y que suelen acabar como disidentes, que así es como empiezan muchas de las disidencias.

¿Era que en este punto hacía yo una labor que interesaba al partido liberal?

Le interesaba, en cuanto le interesa todo lo que puede ser conveniente a los altos intereses del país, pero no como partido; porque si es cierto que suelen regocijarse los partidos del daño y del mal de sus adversarios, yo no me he regocijado nunca de eso, porque entiendo que el partido liberal será más fuerte y más robusto, cuanto más robusto y mejor organizado esté el partido que tiene enfrente.

Yo me alegro de haber dado ocasión al Sr. Presidente del Consejo de Ministros para llenar ciertas omisiones que padeció al presentar al Parlamento el nuevo Ministerio. Esta tarde ha suplido aquellas omisiones, y me alegro de haber dado a S. S. motivo para suplirlas. Por lo demás, yo no he agraviado a [3288] ninguno de los Ministros; he dicho mi opinión sobre el puesto que cada uno debía ocupar; y aunque S. S. ha querido encontrar precedentes análogos, si no iguales, no lo ha podido conseguir.

Pues qué, ¿hay caso semejante al actual, en el que en el momento de presentar los presupuestos, cuando se lleva diez y ocho meses confeccionándolos, cuando el Ministro de Hacienda está en esa labor desde que entró en el Ministerio, cuando además ha iniciado un empréstito, operación siempre grave, siempre importante, y más en el momento en que se estaba elaborando, se saca al Sr. Cos-Gayón del Ministerio de Hacienda para llevarle a otro puesto? Esto no se comprendía, y bien necesitaba una explicación; que, por lo demás, yo no he negado al señor Cos-Gayón las aptitudes necesarias para desempeñar el Ministerio de Hacienda; y precisamente porque no se las he negado, y porque debería tenerlas, a fuerza de practicarlas, es por lo que me ha extrañado la salida de S. S. de ese departamento para ir al de Gracia y Justicia. Yo declaré que el Sr. Cos-Gayón, por sus antecedentes, por sus aficiones, por sus aptitudes, por sus estudios, no era especialidad indispensable para el Ministerio de Gracia y Justicia. "Que es un gran juriconsulto": no lo niego; lo que tiene es, que para el partido conservador pasaba como un gran hacendista, aunque no lo fuera tanto para el partido liberal y para la opinión pública; pero como figuraba como hacendista del partido conservador, no se le ha ocurrido a nadie considerarle como una eminencia jurídica dentro del partido conservador, al nivel de las más altas eminencias jurídicas con que aquél cuenta. También dije que Elsa. Cos-Gayón era muy conocido como especialidad en Gracia y Justicia; esto fue lo que dije, sin que haya cargo ninguno para S.S.

Pero todavía la extrañeza por lo ocurrido llega a su colmo, cuando el Sr. Cos-Gayón, en circunstancias tan difíciles, es sacado de aquel Ministerio por no poder con la carga, y se lleva al Sr. Concha Castañeda, persona respetabilísima a quien yo estimo mucho, pero que, francamente, no era el llamado para momentos tan difíciles, y cuando la Hacienda está en la situación en que se encuentra; cuando todavía no tenemos presupuestos, y cuando con tantas y tantas dificultades se tropieza para resolver los problemas económicos pendientes, puesto que para esa empresa llama el Sr. Presidente del Consejo de Ministros a todos los partidos, a todos los españoles.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros se ha servido recordar la última crisis del partido liberal, para hallar cierta analogía entre lo que se ha hecho ahora y lo que entonces se pretendió hacer. Pues yo le debo decir a S. S. que no ha dicho en eso más que parte de lo sucedido, pero no todo; y sabe bien S.S. que muchas veces la mitad de la verdad es tanto como la falta de toda la verdad. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Yo no sé más que eso.) Es verdad que entonces hubo inteligencias para que la fracción capitaneada por el Sr. Romero Robledo, que ahora ha venido a reforzar el partido conservador, entrara en el partido liberal; es verdad que se trató de que en la primera crisis que tuviera lugar, si antes se había llegado a todas las conjunciones convenientes, como ahora se dice, pudiera entrar un representante de aquella fracción; pero ellos conmigo convinieron en que antes de que ese caso llegara, era indispensable que en el Parlamento fuéramos coincidiendo en todas las cuestiones graves que se presentaran, a fin de que apareciéramos todos unidos. ¿Es eso igual a lo que ha sucedido en esta ocasión, en la que hemos visto aparecer a un hombre que pertenecía al partido liberal, sirviendo en el partido conservador, con S. S., en un cargo como el de Ministro de la Corona, sin explicación previa, sin antecedente de ningún género? No es lo mismo, como S.S. comprende. Después de todo, yo no sé por qué S. S. cree excesiva la palabra apostasía, porque S.S., que es, si no presidente, individuo importante de la Academia de la Lengua, conocerá el significado de la palabra apostasía, que viene como anillo al dedo a la conducta seguida por los amigos de S. S. a quienes yo me referido (El Sr. Ministro de Estado pide la palabra), sin que yo haya querido dar a la palabra apostasía otro significado que el que le da el Diccionario de la Lengua.

Por lo demás, es verdad que hoy n o separan a los partidos los abismos que los separaban antes, pero al partido liberal y al partido conservador españoles, los separan las diferencias que no pueden menos de existir y que los separan en todas partes, porque en todas partes hay partido liberal y partido conservador, como el partido conservador las que le deja el partido liberal, ni más ni menos que lo que se hace aquí, sin que por eso deje de haber, repito, partido liberal y partido conservador; y no ocurre en ninguna parte, que sin explicación o sin razón alguna, sin previo aviso, sin despedirse siquiera de sus compañeros, un individuo abandone un partido y se vaya a otro.

No quiero dejar de decir algo de la cuestión del general Castillo. Su señoría ha buscado un ejemplo en lo que hizo el mismo general Castillo con el general Cotoner. (El Sr. Ministro de Ultramar: Pido la palabra.)

Yo estoy en la creencia de que el general Cotoner se encontraba enfermo en las islas Baleares, y que por consecuencia de no poder estar en Madrid por motivos de salud, se dictó la resolución del Ministro de la Guerra a que nos referimos; pero sea como quiera, siempre resultará que el general Cotoner, pude, en efecto, ser relevado de su cargo, porque en la discusión de la ley constitutiva del ejército, el Sr. Martínez Campos, siendo Ministro de la Guerra, declaró que mientras hubiera oficiales generales de cuartel serían preferidos para ocupar todos los destinos del ejército. Estaba entonces de cuartel uno de los generales más importantes, que había sido Ministro de la Guerra con el partido conservador, y esto movió al Sr. Castillo, a hacer lo que hizo.

Yo me alegro de que S. S. haya desechado el aliento que, al parecer, mostró el otro día, porque eso nos da alguna esperanza. Por otra parte, yo le pido a S. S. que el Gobierno dé muestras de ese aliento que, también al parecer, ahora tiene S. S., y que el otro día echábamos de menos.

Que yo pretendo que los Diputados, o los partidos, o las fracciones, no presenten plan ninguno antes de conocer el plan del Gobierno. Sí. Lo natural es que el Gobierno presente su pensamiento y sus soluciones. Después podrá exigirse, y es bastante exigir, que [3289] las oposiciones presenten sus soluciones frente a las del Gobierno; pero pretenderlo antes? (El Sr. Presidente del Consejo: No lo he pretendido antes; habrá sido un error o me habré explicado mal; he dicho cuando venga la discusión.) Pues que venga cuanto antes, Sr. Presidente del Consejo; y no se comprende cómo no ha venido ya; no se comprende cómo al cabo de diez y ocho meses, cuando de una parte a otra de la legislatura han pasado más de seis meses, no ha venido ya; no se ha dado jamás el caso de que un Ministerio en estas circunstancias no haya presentado ya los presupuestos. ¿Y cómo se ha dado ahora este caso, cuando más falta hace presentarlos y discutirlos? Arroje, pues, ese Ministerio la apatía del Ministerio anterior; deseche la pereza tan peligrosa del Ministerio anterior; deseche la pereza tan peligrosa del Ministerio anterior; que nos traiga las soluciones y los problemas económicos pendientes. Si no lo hace, si el Ministerio no hace nada, si los presupuestos no vienen, si los tratados de comercio no se conciertan, si los cambios siguen subiendo y el crédito bajando, y el pan encarece y falta el trabajo, ¡ah, señor Presidente del Consejo de Ministros! el mal puede tomar proporciones tan extraordinarias, que sea estéril la ayuda patriótica que las oposiciones pueden dar a S. S., y que todo remedio resulte ya tardío.



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